Wolfgang Amadeus Mozart
Son
elogios elocuentes acerca del reconocimiento de que gozó Mozart ya en
su época, y que su misteriosa muerte, envuelta en un halo de leyenda
romántica, no ha hecho sino incrementar. Genio absoluto e irrepetible,
autor de una música que aún hoy conserva intacta toda su frescura y su
capacidad para sorprender y emocionar, Mozart ocupa uno de los lugares
más altos del panteón de la música.
Hijo del
violinista y compositor Leopold Mozart, Wolfgang Amadeus fue un niño
prodigio que a los cuatro años ya era capaz de interpretar al clave
melodías sencillas y de componer pequeñas piezas. Junto a su hermana
Nannerl, cinco años mayor que él y también intérprete de talento, su
padre lo llevó de corte en corte y de ciudad en ciudad para que
sorprendiera a los auditorios con sus extraordinarias dotes. Munich,
Viena, Frankfurt, París y Londres fueron algunas de las capitales en las
que dejó constancia de su talento antes de cumplir los diez años.
No
por ello descuidó Leopold la formación de su hijo: ésta proseguía con
los mejores maestros de la época, como Johann Christian Bach, el menor
de los hijos del gran Johann Sebastian, en Londres, o el padre Martini
en Bolonia. Es la época de las primeras sinfonías y óperas de Mozart,
escritas en el estilo galante de moda, poco personales, pero que nada
tienen que envidiar a las de otros maestros consagrados.
Todos
sus viajes acababan siempre en Salzburgo, donde los Mozart servían como
maestros de capilla y conciertos de la corte arzobispal. Espoleado por
su creciente éxito, sobre todo a partir de la acogida dispensada a su
ópera Idomeneo, Mozart decidió abandonar en 1781 esa situación de
servidumbre para intentar subsistir por sus propios medios, como
compositor independiente, sin más armas que su inmenso talento y su
música. Fracasó, en el empeño, pero su ejemplo señaló el camino a seguir
a músicos posteriores, a la par también de los cambios sociales
introducidos por la Revolución Francesa; Beethoven o Schubert, por citar
sólo dos ejemplos, ya no entrarían nunca al servicio de un mecenas o un
patrón.
Tras afincarse en Viena, la carrera de Mozart entró en
su período de madurez. Las distintas corrientes de su tiempo quedan
sintetizadas en un todo homogéneo, que si por algo se caracteriza es por
su aparente tono ligero y simple, apariencia que oculta un profundo
conocimiento del alma humana. Las obras maestras se sucedieron: en el
terreno escénico surgieron los singspieler El rapto del serrallo y La flauta mágica, partitura con la que sentó los cimientos de la futura ópera alemana, y las tres óperas bufas con libreto de Lorenzo Da Ponte Las bodas de Fígaro, Don Giovanni y Così fan tutte, en las que superó las convenciones del género.
No
hay que olvidar la producción sinfónica de Mozart, en especial sus tres
últimas sinfonías, en las que anticipó algunas de las características
del estilo de Beethoven, ni sus siete últimos conciertos para piano y
orquesta. O sus cuartetos de cuerda, sus sonatas para piano o el
inconcluso Réquiem. Todas sus obras de madurez son expresión de
un mismo milagro. Su temprana muerte constituyó, sin duda, una de las
pérdidas más dolorosas de la historia de la música.
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